Es habitual designar un lugar, un objeto, una función, mediante una palabra. Esta es la base misma del lenguaje y de la comprensión del diálogo entre las personas. Pero, a menos que hagamos una investigación etimológica, semántica o lexicológica, es raro que nos planteemos la cuestión del significado profundo de la palabra.
Así, todo el mundo está de acuerdo en que un puerto deportivo es un puerto dedicado a la práctica de la navegación de recreo, consistente en una dársena en la que se amarran las embarcaciones de recreo, a diferencia de un puerto pesquero en el que se amarran los barcos de pesca, o de un puerto comercial que recibe barcos de carga. Por eso, la pregunta "¿qué es un puerto deportivo?" es tan obvia que parece totalmente incongruente formularla.
Sin embargo, me gustaría sugerir que lo analizáramos más detenidamente, a la luz de las nuevas prácticas de navegación y de lo que se espera de este lugar, el puerto deportivo, hoy en día.
El puerto hoy
Fue sobre todo en los años sesenta cuando nació el concepto de puerto deportivo, que sustituyó a la "dársena de yates", aparecida en la primera mitad del siglo XX como espacio dedicado a unos pocos propietarios privilegiados en el rincón de un puerto dedicado a actividades marítimas profesionales. El mundo anglosajón y el resto del mundo han conservado en gran medida otro nombre para el "puerto deportivo", prefiriendo el término genérico "marina", al que la lengua francesa ha dado el significado reductor de un puerto deportivo acompañado de un programa inmobiliario...
La palabra puerto, del latín portus, apareció muy pronto, pues ya se utilizaba antes de Cristo, en la época de los fenicios o de Cicerón, para designar un refugio para los barcos y un lugar en el que se podía comerciar o del que podían salir los colonos. Mucho más tarde, en la Edad Media, los puertos, que entretanto se han desarrollado enormemente, son fuente de movimientos de población, pasajes, intercambios y oficios varios... Y hoy, lo que caracteriza a los grandes puertos marítimos, desde Rotterdam hasta Singapur, pasando por Shangai o Le Havre, se resume casi exclusivamente en la noción de tránsito entre el mar y la tierra. El puerto se ha convertido así en un lugar de entrada, desembarco y embarque, principalmente de mercancías o incluso de pasajeros, pero en el que sólo se permanece el menor tiempo posible. Lo mismo ocurre con los puertos pesqueros, que están equipados para gestionar un desembarco exprés de la marea, para que los barcos puedan volver al mar lo antes posible, si el tiempo lo permite. Es el reino del "touch and go". Más allá del refugio indispensable que representa y de sus infraestructuras, que constituyen una característica puramente funcional, el puerto moderno adquiere así todo su sentido en su noción de interacción entre el mar y la tierra, que permite que dos mundos se comuniquen entre sí. Por ello, con el tiempo, la noción de refugio se ha ido desvaneciendo en beneficio de la función de interconexión.
El puerto es, por tanto, sólo una interfaz y no un lugar de estancia. Además, por extensión, un puerto de ordenador es sólo una interfaz que permite que dos ordenadores se comuniquen entre sí. Un aeropuerto es sólo un lugar donde el cielo y la tierra, los aviones y los pasajeros, pueden comunicarse. ¿Nos alojamos en un aeropuerto? No, uno va allí con el propósito puramente racional de embarcar en un avión, y aunque los aeropuertos hagan grandes esfuerzos por hacer atractivas sus terminales y desarrollar espacios comerciales cada vez más ricos, ¡nadie va a un aeropuerto simplemente a comprar! El factor clave en un aeropuerto es pasar el menor tiempo posible en él. No es un destino, es una escala.
El puerto deportivo es un lugar de vida
Por lo tanto, es profundamente diferente de lo que se espera de un puerto deportivo hoy en día, un espacio que pretende ser un lugar de atracción y de vida en el corazón de una ciudad, donde se pueden practicar diferentes prácticas, residir, tener experiencias sensoriales, entretenerse...
A principios de la década de 2000, el precursor de la tendencia "Boat & B" pretendía promover el alquiler de embarcaciones en los muelles de los puertos deportivos franceses. La profesión se mostró unánimemente en contra de esta práctica, a la que entonces se opuso violentamente. 15 años después, esta actividad ha reaparecido, primero de forma insidiosa, luego llevada por numerosas plataformas, y los puertos deportivos han tenido que adaptarse a esta nueva tendencia, ya no apartándola, sino intentando regularla. Y hoy en día, el alojamiento flotante en los puertos deportivos, y el alquiler en el muelle, se consideran soluciones pertinentes en determinados sitios
Cuando el estadio se convierte en una arena
Consideremos otro ejemplo de lugar dedicado al ocio: el estadio. Este espacio está diseñado para la práctica del deporte y tiene una doble finalidad. Ofrece un lugar ideal para que los deportistas realicen actividades físicas colectivas, y permite a los espectadores seguir y animar estas actuaciones. En los últimos años, los estadios se han ido abriendo paulatinamente a otras disciplinas distintas del deporte, convirtiéndose en anfiteatros para conciertos, actos culturales o conferencias. Ya no hablamos de estadios, sino de estadios, y todas las nuevas instalaciones que se construyen o se renuevan tienen una vocación que se extiende a nuevos usos. Al convertirse en arenas, los estadios han conquistado así a un público nuevo y más amplio, que antes no habría pisado un lugar así.
El sueño, sin duda, es ampliar su objetivo y convertir los puertos deportivos en arenas del mar, como podría sugerir Arenys de Mar, en la costa catalana... Una arena del mar, una arena marítima, de ahí a una marena, sólo hay un paso... que nos devuelve al puerto deportivo.
Por lo tanto, hablar de un puerto deportivo parece inapropiado. Al seguir utilizando ese término, estamos cultivando la analogía con el puerto moderno, que no es más que una interfaz de tránsito, y nos estamos limitando a un significado restrictivo, y más aún a la concepción anticuada de un lugar reservado sólo a los navegantes de placer. Será tanto más difícil abrir estos lugares a un nuevo público y convertirlos en lugares atractivos y multidisciplinares si seguimos asimilándolos a simples espacios de interconexión... Por lo tanto, es hora de revisar nuestros hábitos lingüísticos: ¡viva la marina!